Wednesday, August 31, 2011

PÉSAME

53 muertos por atentado en Casino de Monterrey. Cabeza de un diario nacional.
Pésame es la forma en desuso de colocar el complemento indirecto tras el verbo en lugar de delante (me pesa).
“Igual que un cuero mojado le pesaba el corazón” (Atahualpa Yupanqui)

Me pesan estas muertes inútiles, propiciadas por una estúpida perversión alimentada por una ambición insaciable, unas adicciones no atendidas, unas necesidades no paliadas, un combate estéril y una indolencia fatal.

Me pesa la juventud de mi patria a la que le hemos cancelado el futuro, que no encuentra espacios para su desarrollo, que no tiene oportunidades para su crecimiento, que no percibe un camino para sus inquietudes, que se consume en un aquí sin sentido y sin mañana.

Me pesa la niñez a la que estamos heredando un mundo reducido, ¡Qué paradoja! a cuatro paredes, en la casa o en la escuela, un montón de artefactos electrónicos que sustituyen la afección por los mensajes impersonales y masivos. Una herencia de miedos y frustraciones.

Me pesa el saludo transformado del “que te vaya bien” por un “cuídate mucho” con algo de zozobra, con algo de presagio y mucho de temor.

Me pesa el ulular terrorífico de las sirenas de ambulancias y patrullas que me oprimen el pecho, me agostan la respiración y me secan la boca, por lo que he vivido, por lo que he sabido, por lo que he leído.
Me pesa ver en mi ciudad robots verdes, azules o negros, enmascarados para lograr el anonimato que es igual a impunidad, provocando temor en quienes debieran propiciar confianza, con la prepotencia de la mucha fuerza y el poco seso.

Me pesa no poder decir mirándole a la cara, a los ojos y al alma a algún robot de esos, los versos dolientes de Nicolás Guillén; “No se por qué piensas tú, soldado, que te odio yo, si somos la misma sangre, tú, yo… Me duele que a veces tú te olvides de quién soy yo; caramba, si yo soy tú, lo mismo que tú eres yo.”

Me pesa recordar, terriblemente actuales, los versos de Federico (García Lorca por supuesto): “tienen por eso no sienten de plomo las calaveras”.

Me pesa recordar cuarenta mil y más veces la palabra dolorosa de Jaime Torres Bodet: “Un hombre muere en mí, siempre que un hombre muere en cualquier lugar, asesinado por el miedo y la prisa de otros hombres”

Me pesa haber contemplado los restos humeantes de un casino que no debía estar abierto, con los restos humeantes de mis hermanos que no debían estar allí, que refugiaban sus soledades y sus insatisfacciones en la vana esperanza de un juego de azar.

Me pesa que el máximo tribunal de justicia de mi patria haya sucumbido a la seducción de Birján encarnado por las cadenas televisivas, para legitimar la ludopatía, dar cauce al blanqueado de dinero y crear un impuesto disfrazado de diversión esperanzada.

Me pesa la cadena de complicidades, descuidos, corruptelas, que fueron ocasión de la tragedia, que no disminuye la culpa del culpable pero agrava la responsabilidad de quien lo propiciara.

Me pesa el trastocamiento de valores que convierte en héroes de corridos a los pobres títeres de intereses que no comprenden, que hunden en la droga, en el vicio, sus esperanzas fallidas, sus anhelos frustrados, sus tristes vidas fungibles.

Me pesan los viejos, (a los que de cerca sigo), con la ilusión de serlo menos porque ocultan las canas con un tinte falaz, disimulan arrugas con maquillajes y cremas, con vergüenza de asumir con dignidad una edad, por un respeto que no se han ganado, un deber que no se ha cumplido, unos ideales que se han traicionado y un mundo que dejaremos no mejor que como lo recibimos.

Me pesan las confesiones religiosas que agotan sus respuestas en un mundo futuro, mientras el presente se desmorona y pierde, que mantienen alianzas con los dueños del mundo mientras que los pobres que heredarán la tierra, esperan, esperan, esperan…

Me pesa que la más noble profesión, la del magisterio, se desenvuelva entre los tentáculos de una hidra, de ineficiencia, de burocracia, de clientelismo, de corrupción, que vuelven nugatorio todo intento de cumplir con su misión.

Me pesa que las palabras se hayan desgastado tanto a fuerza de maltratarlas, que no se pueda llamar a las cosas por su nombre y que el nombre de las cosas haya perdido su fuerza de arquetipo. Que usemos el lenguaje para ya no comunicarnos, como se lamentaba René Rebetez.

Me pesa el dolor de este país, al que entrañablemente llevo en mí, este país hecho de sangre y fuego, de dolor y pasión, de esperanza, de irremediable esperanza.

Me alienta recordar las palabras de Octavio Paz: “No temas, amor mío, ya amanecerá”.
Me alienta mi fe en la juventud y en la niñez, en su inagotable energía y en su confianza en la construcción de un nuevo mundo y una nueva vida.
Me alienta una voz interna que me dice que mañana con la aurora empieza un nuevo día.

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