Thursday, September 01, 2005

MEDIO SIGLO DE ROMERÍA

(¡Qué poca feria!.- Trastornar la vida de la ciudad por casi un mes. Promover la embriaguez colectiva y el juego de lo que no se tiene. Sobrellevar las faltas y los delitos. Conservar el primer lugar nacional de madres solteras, etc., etc., y todo por menos de dos millones de pesos que fue toda la utilidad de la Feria de San Baco.)
Entre mis primeros recuerdos de la infancia destaca la imagen de Don Salvador Quezada Limón entonces obispo de Aguascalientes. Era alto para su tiempo, adusto, pero con un si es no es de sonrisa en los labios que fácilmente podía trocarse en una risa franca, relativamente joven (ahora que lo reflexiono diría que muy joven), vigoroso, gestado en el campo, gente de a caballo (sus detractores habrían de criticarle hasta eso), austero, con una recia personalidad que impactaba desde el primer momento, conservador en lo esencial, renovador en lo accidental, con guante de seda en mano de hierro condujo su diócesis en progreso y sin sobresalto hasta que una enfermedad que le afectó sus funciones de relación señaló un paréntesis en su pastorado ( ni los obispos están a salvo de enfermedades), que terminó felizmente con el afecto de los católicos y con el desafecto de algunos sedicentes cristianos.
Ya más grandecito tuve la oportunidad de conocer de cerca como se llevaban a cabo las entrevistas entre el gobernador de un estado laico y la cabeza de la diócesis que ante la vista de sus feligreses mantenía una sana distancia con el gobierno. En alguna ocasión para celebrar el día de San Panuncio o la anexión de San Garabato, Cuc. a Mexicalpán de las Garnachas, o simplemente porque sí, mi papá invitó a desayunar al Señor Obispo y al Señor Gobernador.
Recuerdo, que esa vez, sí debe haber sido esa vez, aunque hubo otras, el señor Obispo Quezada Limón comentaba sobre la iconografía tradicional de la iglesia y en particular algunas imágenes que no le agradaban, por ejemplo el Sagrado Corazón de Jesús a quien solían representar con un gesto afeminado, ¡Imagine el amable lector cómo podría haberse sentido un jovencito formado en la doctrina y con el agravante de ser ahijado del Padre Guadalupe Díaz, que desde luego desaparecería de mi curriculum, ante esa expresión de Su Excelencia!. ¡Pero claro! ¡Tenía razón el Sr. Quezada! Cristo debió haber sido terriblemente varonil, lleno de vigor e inflamado de una convicción sobre sí mismo y sobre su misión.
Por cierto, me olvidaba, en cierto momento del desayuno la familia hacía mutis y quedaban los invitados charlando, conviniendo acciones, intercambiando criterios, quien sabe si planeando proyectos comunes, y a lo mejor ¿Por qué no?, Uno confesándose con el Otro.
La labor del Sr. Quezada en la perspectiva de los años tendría que caracterizarse a mi manera de ver, por tres obras principales: la creación del Seminario Diocesano, la exaltación del culto a la Virgen de la Asunción culminado con la invención de la Romería y la consolidación de los colegios católicos.
Seguramente Monseñor Quezada tuvo errores como todos o quizá no como todos sino como él. De la forma en que algunos feligreses contaminados por más de algún sacerdote se comportaron con él, dio cuenta lapidariamente Desiderio Macías Silva. Cuando estaba en su apogeo el enfrentamiento entre los proclives Monseñor Quezada y sus detractores le pegunté al Dr. Desiderio que opinaba: "Mire licenciado -me dijo con precisión de bisturí- si Jesucristo dijo, en eso se conocerá que sois mis discípulos, en que os habéis de amar los unos a los otros como yo os he amado, Estos, quien sabe de quien serán discípulos, pero de Cristo ¡No!".
(¡Feliz cumpleaños!.- No faltaron los romeros que aprovecharon el paso frente al Gobernador para cantarle las "mañanitas" por su cumpleaños celebrado el domingo. "A Dios rogando y con el mazo dando".)
Cuando la construcción del Seminario a las faldas del Cerrito de la Cruz la participación de la comunidad era verdaderamente impresionante. En las kermeses que se celebraron para recabar fondos los fieles cristianos desfilaban a cual mas aportando su ayuda para la edificación. Quien llegaba con un par de gallinas, quien con unos cuinos, quien con un borrego, aquel con un par de vacas, otro con un toro semental, no faltaba el que llevaba ladrillos ni el que aportaba cemento, y una gran cantidad de personas que no teniendo bienes que aportar cooperaban con su trabajo, y los viejos y las mujeres (en ese tiempo se entienden, ahora serían las directoras de obra) rezaban por el buen éxito. Eran conmovedoras las manifestaciones de fe de los aguascalentenses.
Dentro de ese marco de fervor que el señor Quezada logró conjuntar en un propósito común surgió la Romería de la Asunción, recordando quizás lo que debieron haber sido las primeras fiestas de la Villa, la de la Asunción, la de la Merced, la de San Diego, la de San Juan, la de la Virgen del Carmen y claro la de San Marcos. Pero la de la Asunción había sido relegada, quizás porque Nuestra Señora no tiene fama de milagrienta como otras a las que se les cuelga hasta la mano del molcajete. ¡Les parece poco milagro que en valle semidesértico, sin ríos ni lagos, haya surgido y crecido hasta ser lo que es, la industriosa ciudad de gente de bien!.
La Romería de la Asunción surgió con el entusiasmo que caracterizó toda la obra de Monseñor Quezada, inflamada de fervor Mariano, y con el apoyo de la feligresía y se consolidó en pocos años hasta ser la más importante celebración religiosa de Aguascalientes y si mucho me apuran del centro del país. Ya se que me hablarán de la Procesión del Silencio de San Luis Potosí o de las fiestas del Patrocinio en Zacatecas, pero la una no es original sino una reciente y mala copia de las celebraciones andaluzas y la otra no tiene la exaltación del júbilo por la apoteósis de la Virgen.
Me gusta la Romería, me gusta la expresión comunitaria de fe, de alegría, de fervor, y no se si por la nostalgia de la niñez, por el recuerdo de la infancia, por la abuela que se marchó, por los padres que ya no están, por los huecos que han dejado los amigos... una lágrima resbala por la mejilla y se pierde entre la barba ya entrecana. -¿Lloras?-, -No, ¡que va!, es el humo de la pólvora que me irritó los ojos...
(¿Mario...qué?.- El señor director de la Policía Municipal ha de ser argentino. Ante la denuncia de algunos de sus subalternos que manifestaron a un noticiero radiofónico que ni lo conocían, el director se apresuró a precisar. ¡Todo mundo me conoce!. "No es cierto, ché?". )

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