"De todo lo escrito, sólo amo lo que se ha escrito con sangre. Escribe con sangre y aprenderás que la sangre es el espíritu". Federico Nieztche.
En la historia reciente de nuestro país seguramente no se habia presentado la perspectiva de una jornada electoral con signos tan ominosos como la del próximo cuatro de julio, quizás desde el levantamiento en armas del General Saturnino Cedillo sofocado violentamente por el propio presidente de la república General Lázaro Cárdenas y luego la subsecuente campaña presidencial en la que el general Juan Andrew Almazán, como candidato del partido que el mismo fundó, el Partido Revolucionario de Unificación Nacional, oponiéndose al candidato oficial el también general Manuel Ávila Camacho, que culminó con la sospechosa victoria del oficial y con la frustración de cientos de miles de mexicanos que viveron como Almazán prefirió retirarse antes que provocar derramamiento de sangre, pero estoy hablando de 1938 y 1940. Curiosamente, guardadas las proporciones, Cuauhtémoc Cárdenas jugó en la campaña por la sucesión de Miguel de lo Masgris, justamente el papel que Almazán jugó frente a Lázaro Cárdenas, y prefirió aceptar la dudosa explicación de la caída del sistema.
El asesinato del candidato a la gubernatura del estado de Tamaulipas, no es sino un eslabón más de la cadena de homicidos, ejecuciones, desapariciones forzadas, o como se le quiera llamar, que suman mas de 25,000 muertos en el período del actual presidente de la república, que ha evidenciado no sólo su incapacidad, sino la de su gabinete y la de su partido, para acotar la actuación del gobierno. La evaluación de la estrategia presidencial implica reconocer que se trata de una postura personal, y esto hay que recalcarlo, no se trata de una decisión del Gobierno, no se trata de una decisión del Congreso, no se trata de una política de estado, se trata de una estrategia presidencial que determinó la "declaración de guerra" que en su desplegado previo al mundial pretendió difuminar, llamándolo ahora combate al crimen organizado. El país, como nunca, quizás sólo en la etapa posterior a la intervención francesa, presenta un panorama de desorden generalizado, de corrupción asfixiante, de bandolerismo ahora llamado crimen organizado, y de falta de guía, de rumbo y de metas. Así es.
Precisamente por ese complejo y desalentador panorama que vivimos, precisamente por ello es necesaria la participación ciudadana. Habrá quien se sienta desalentado por el ritmo lento que nuestro tránsito a la democracia ha llevado. Habrá quien piense que un voto, su voto, pueda no tener sentido dentro del panorama nacional. Habrá quien crea que el estado de cosas está determinado por fuerzas sociales o políticas frente a las que no tiene sentido luchar. A Abel Quezada, aquel genial caricaturista, crítico feroz y mordaz de la realidad mexicana, le preguntaron en una entrevista si pensaba que sus caricaturas podrán incidir en el país, y respondió platicando una vivencia de su familia. Su padre era presbiteriano y todos los días antes de comer, bendecía los alimentos y hacía una oración que ofrecía por alguna causa ajena a la familia, una inundación, una guerra, una epidemia, un conflicto social, etc.. Un día, Abel Quezada y sus hermanos se pusieron de acuerdo y cuestionaron al padre. -¿Papá, de verás crees que las cosas se remedian rezando?-, -Quizás no- contestó amoroso – pero es una manifestación de cómo quisiéramos que fueran-. Así, agregaba el caricaturista, mis caricaturas quizás no cambiarán ni a México ni al mundo pero son una declaración de principios.
La lógica del poder hace que el poder tienda a perpetuarse, la lógica de la democracia hace que se tienda a la renovación del poder que suele ser encarnado en un individuo, personificación de los intereses de un grupo. En la medida que personifique los intereses de un mayor número de ciudadanos el gobierno será más republicano. La democracia no es una meta, no es un punto de llegada, no se alcanza de una vez y para siempre. La democracia es un camino, es un proceso social, es una forma de actuar, es, en fin un hábito que como todo hábito no surge sino con la repetición, con la interiorización, de manera que se convierta en una segunda naturaleza. No es fácil pretender ser un país democrático cuando nuestras instituciones no lo son. Herederos de una cultura patriarcal, creyentes de una doctrina religiosa que sistematiza los premios y castigos, a partir de congraciarse con el Supremo, organizados en una iglesia en que la disciplina jerárquica es fundamental para su funcionamiento, acostumbrados desde niños al sometimiento a la voluntad de un padre que se hace presente esporádicamente, amaestrados en escuelas en las que se recrea el esquema autoritario, condenados a reproducir una y otra vez los mismos comportamientos, añoramos al Tlatoani o al Rey que es la encarnación también del Padre Provedor.
Votar con sangre, significa actuar con coraje, decir ya basta a un sistema y a una forma de conducirse que ha acentuado las penurias nacionales. Significa hacer un alto y reflexionar sobre la necesidad de la participación activa en la vida pública del país y de nuestra comunidad. Eso significa también participar políticamente. Este domingo, yendo a votar. Antes del domingo, en estos pocos días que nos quedan hacer un balance de lo que ha sido de nuestro país y de nuestro estado en los tiempos mas recientes. Tomar una decisión e ir a votar. Invitar al vecino, acompañar al amigo, exhortar a la familia, convocar a los compañeros de trabajo, de clubes, de organizaciones.
Votar con sangre, no significa desatender los signos negativos que la delincuencia organizada o desorganizada muestran, por el contrario, significa que luego de votar necesitamos presentar el frente de una sociedad organizada, que así como sabrá cumplir el próximo domingo, sabrá exigir que se cumplan los compromisos, que se cumplan los programas, que se cumplan las metas.
Votar con sangre, significa decir a través de la participación cívica que en este país ya se ha derramado demasiada sangre. Yo creo que necesitamos un cambio. Ud. amable lector tiene la última palabra.
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