Wednesday, August 03, 2011

Un millón de firmas para abolir los Toros

Es una fiesta española
Que viene de prole en prole,
Y no ha habido quien la abole,
Ni habrá nadie que la abola.

Uno recibe frecuentemente cadenas por el internet: que para la salvación eterna, que para ahuyentar los malos espíritus y las malas personas, que para sanar el mal de amores y evitar los amores malos, que para la sanación de todos los males del cuerpo y del alma, que para que los ángeles custodios hagan más fácil su tarea, que para hacerse rico repitiendo un mantra, que para evitar las calamidades y etc., etc., lo que tienen en común las cadenas es la buena voluntad aparente de quien las inicia y la necesidad de que el recipendario las reenvíe so pena, en caso de no hacerlo, de atraerse la maldición perenne y evidenciarse como una persona de corazón duro y falto de solidaridad.
De un tiempo a ésta parte, el pergeñador de estas líneas o séase yo ha tomado la decisión de romper toda cadena, fiel a su vocación anarquista, y solo en contadas, muy contadas ocasiones, cuando se trata de una persona amiga que pide respuesta, se la envío y me quedo tan campante. Probablemente a eso se deba que estos últimos sesenta y un años (el primer año comoquiera lo libré) he sido víctima de toda clase de males, desde dolor de muelas hasta las perfidias de la Secretaría de Hacienda. Me queda el consuelo de que más o menos lo mismo les pasa, mutatis mutandis, a mis compañeros de generación, reciban o no reciban cadenas, las continúen o las rompan, y que, a las personas de otras generaciones les sucede lo mismo.
Pero ahora, hete aquí, un flamante ex - amigo,(era mi amigo hasta antes de recibir su correo), me envía una cadena solicitando mi firma para juntar un millón de firmas para lograr la abolición de la fiesta de toros. Mi ex - amigo conoce de mi afición y al haber elegido enviarme la susodicha cadenita lo hizo con toda la inquina, mala voluntad e insidia de que puede ser capaz un ignorante que no entiende ni jota de un rito artístico en que se conjuntan el sentimiento lúdico y la presencia de "tánatos" (la muerte) que rondan, penetran, informan y transforman toda vida humana.
Como seguramente más de alguno de los desocupados lectores habrá recibido o habrá de recibir la cadena antitaurina merece la pena realizar algunas consideraciones, sin otro ánimo que aportar elementos para una justipreciación de la fiesta, buscando que el que no conoce la fiesta tenga alguna información, el que la conoce tenga más elementos y el taurino ratifique su afición sin vergüenza, con legítimo orgullo de pertenecer a una sub especie humana que valora una expresión artística ancestral en que el ejecutante pone en su vida en juego para resolver un problema en veinte minutos de la manera más inteligente, eficaz y estética. Un problema dotado de armas mortíferas, de un temperamento explosivo y de una bravura que lo hace indomeñable.
Los antitaurinos, quiero creer que más por ignorancia que por mala fe, aseguran que se trata de un espectáculo salvaje, cruento, trasunto del circo romano, en donde los espectadores enajenados por la sangre derramada disfrutan del dolor de un animal indefenso sometido a torturas ilimitadas con el único fin de satisfacer los más bajos instintos de alguien indigno de llamarse ser humano, que da rienda suelta a sus atavismos bestiales. Aseguran asimismo que se trata de un espectáculo violento que por lo mismo engendra violencia y aumenta en sus espectadores el deseo de provocar mas violencia, siendo por lo tanto necesaria su abolición.
Como todo sofisma (para los que no cursaron lógica con Luciano Arenas vale decir que un sofisma es una argumentación con apariencia de verdad que conduce al error), hay algo de cierto, muy poco, en las afirmaciones de los antitaurinos. Es cierto que al toro se le inflinje cierto castigo que tiene por finalidad evitar su congestión al sangrar y permitir realizar ciertas "suertes" que serían imposibles de realizar en el corto tiempo en que el torero debe resolver el "acertijo" del toro. Concluir, sin embargo de que la finalidad de la fiesta de toros es que el espectador disfrute con el sufrimiento del animal es tanto como decir que la persona que come un filete "inglés" disfruta con el derramamiento de la sangre del bife apenas cocido o que el que se almuerza un par de huevos estrellados es feliz porque frustra la posible vida de un pollito y se alegra del sufrimiento de la gallina al echar al mundo el huevo por un orificio tan pequeño que tiene que dilatarse para expulsarlo.
Nadie disfruta en una plaza de toros por el castigo al animal, como sin embargo sí sucede en las peleas de box o en los espectáculos, esos sí denigrantes, en que dos seres humanos buscan dejar uno al otro fuera de combate haciéndole el mayor daño posible. La prueba innegable es que cuando un toro salta a la arena y se lesiona, digamos por ejemplo, que se lastima una pata, que se rompe un cuerno, o que simplemente no presenta las aptitudes de poder luchar, el toro es devuelto vivo a los corrales, no se trata de ver un inválido ni disminuido de sus defensas. De igual manera si por torpeza o por ineficacia el picador hiere al toro fuera del morrillo, que es el paquete muscular tras el cuello del toro, el público se enardece en contra del subalterno que provoca un dolor o sufrimiento más allá del indispensable para la lidia.
Algunos espíritus son sensibles al dolor, algunos no pueden ver una gota de sangre derramada, otros son incapaces de comer cualquier producto animal, otros más se desmayan al tener que someterse a una inyección, todos son respetables. La fiesta de toros es un espectáculo fuerte, de lucha, de enfrentamiento a la muerte, sí, pero también de habilidad, de gusto, de color, de música, de inteligencia, de destreza, en que se conjuntan todos esos elementos para producir en un corto lapso una emoción estética efímera, realizada aprovechando la acometividad de un animal hecho para eso, cuya única razón de vivir mimado durante más de cuatro años es pelear en el ruedo con todos sus recursos íntegros y tener (todos la tendremos) una muerte digna (no todos la tendremos).
No pretendo convertir a los descreídos de la fiesta en hermanos cofrades de la Sagrada Congregación del Toreo, pretendo, exijo respeto para un ritual, para un animal creado para el rito, criado para la pelea, para la emoción estética implícita en el Toreo y les sugiero, también respetuosamente, que enfoquen sus esfuerzos digamos, a combatir las hambrunas, a abolir las guerras, a superar la pobreza, a fomentar no la desunión, si la unión entre los seres humanos. Vale.

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