Wednesday, October 12, 2011

¿Quién descubrió a quien?

"Esta tierra vido primero un marinero que se dezía Rodrigo de Triana, puesto que el Almirante a las diez de la noche, estando en el castillo de popa, vido lumbre aunque fue cosa tan çerrada que no quiso affirmar que fuese tierra." Del diario del almirante Cristóbal Colón.

(Tiempo de aguas.- El trueno impertinente nos estremece. Gritamos “¡Jesús mil veces!” y nos refugiamos en el regazo de la abuelita que completa la invocación “Santa Bárbara doncella, líbranos de una centella”. La lluvia se desprende, tapiza la calle y la llena de “soldaditos” y “borrachitas”. Mientras escampa hacemos barquitos con las estampitas que sobraron del álbum de luchadores. Las goteras nos arrullan, entretanto la abuelita al mismo ritmo reza el rosario.)

Rodrigo de Triana, el vigía de “La Pinta” que lanzara el esperado grito de “tierra a la vista” ni era Rodrigo, ni era de Triana. Al parecer era originario de Lepe, provincia de Huelva, que incorporó y tiene en su escudo de armas un vigía en la canastilla del mástil apuntando hacia la tierra. Se llamaba Juan Rodríguez Bermejo hijo de Vicente Bermejo, comerciante moro cristianizado, al parecer no muy convencido, ya que falleció en una fogata encendida por la Santa Inquisición, durante uno de los viajes del marinero, su hijo, que se había avecindado en Sevilla. A la natural alegría de divisar tierra luego de un viaje tan azaroso de la flota formada por “La Santa María”, rebautizada luego de que al almirante Don Cristóbal no gustara el de “La marigalante” con que la había bautizado su propietario y piloto Juan de la Cosa, “La Niña” que era la más pequeña y que comandaba Vicente Yañez Pinzón, y “La Pinta” que empezó a hacer agua a poco de largar de Palos por lo que hubieron de detenerse en las Canarias para calafatearla, se agregaba el gusto de saberse merecedor del jubón de seda y los 5,000 maravedíes que el Almirante había prometido al primero que avistara tierra, seguro espoleado por la inquietud que cundía entre los marinos, luego de varias semanas de navegación sin encontrar el continente esperado.

No duró mucho la alegría. El almirante poniendo por testigos al primer oficial y al cocinero de la Santa María, acreditó sin sombra de duda haber sido el primero que diviso la tierra, si bien lo hizo por la noche y avisado por una fogata que se vislumbraba en el horizonte, por lo tanto si alguien era merecedor de la recompensa sería el propio Cristóbal Colón. El disgusto no sólo fue de Rodrigo de Triana sino más que de nadie, de Martín Alonso Pinzón, capitán de la Pinta, el mismo que había convencido a su hermano Vicente y al vasco Juan de la Cosa para participar en el viaje, el mismo que había prestado para la aventura 500,000 maravedíes, (otro tanto de lo que aportara la reina Isabel la Católica) y que al ser apremiado por el almirante para firmar una póliza por el mutuo ante un escribano, le contestara con orgullo mal disimulado: “Vale más palabra de marino, que garabato de notario”.

(Tiempo de aguas.- Dejó de llover temprano, salimos a la calle, echamos los barquitos de papel en el arrollo y los seguimos hasta la esquina en donde la corriente que busca el otro arrollo, el de a de veras, los hace zozobrar. A poco los pregones se enriquecen, además del menudo de carnero, de los condoches, de las trompadas, se estrenan por el tiempo de aguas, los de las gorditas de cuajada, y yo imagino, nada me cuesta, que las hacen con agua de lluvia…)


El almirante de la Mar Oceána, visorrey de las tierras por descubrir, Don Cristóbal Colón, es, qué duda cabe, una de las más románticas figuras de la historia universal. Romántica y enigmática, nadie sabe bien a bien, donde nació. Aunque en su testamento afirma ser natural de Génova, hay ocho o más ciudades que se disputan el haber sido su cuna y ofrecen pruebas de inscripciones que finalmente nada prueban al existir otras similares en otras poblaciones. Salvador de Madariaga apuesta por la ascendencia judía y por la transformación del apellido Coulom por Colón para disfrazar su origen en un tiempo de persecución, pero ello mismo explicaría el apoyo que en la corte de Enrique el Navegante de Portugal recibiera de los médicos judíos conversos y en la de Fernando e Isabel, el de Juan Pérez, confesor de la reina, que se reputa sefardita bautizado. Costa-Amic lo emparienta con Carlos V vía una relación bastarda que habría tenido a su padre cautivo buena parte de su vida en Barcelona. Aunque algunos no dudan de su origen marinero, las pruebas de que disponemos hacen dudar seriamente de su solvencia. Sabemos sin duda que no tenía fama de marino ni en Portugal ni en España. Sabemos que permaneció buen tiempo tras su primer matrimonio en la isla de Madeira. Sabemos que no disponía de un barco ni se conoce que hubiera comandado alguno. Sabemos que cometió errores serios de navegación durante la travesía, el último haber variado el rumbo lo que le alejó de lo que era la ruta más recta que lo habría conducido a la península de la Florida. Sabemos que hasta que Martín Alonso Pinzón decidió participar en la empresa Colón no había reclutado ningún y probablemente no lo hubiera hecho y el descubrimiento se hubiera postergado.
-¡Ah! Taimado escribidor ya apareció el peine- espeta a quemarropa un diablillo menor que aspira incansable pero infructuosamente a fungir como mi conciencia –Todo ese relato aparentemente sin pies ni cabeza no tenía más finalidad que la de concluir con esa ancheta del “descubrimiento”. Acaso no sabe, señor escribidor, que desde que los indios e indias se han soliviantado defendiendo sus derechos legítimos sobre estas tierras ya no es políticamente correcto hablar de descubrimiento, a lo sumo y por concesión a los historiadores e historiadoras se podrá decir con Edmundo O’Gorman “el encuentro de dos mundos”-.
-Pues mire Ud. diablillo de pastorela, aspirante a redentor, quijote descoyuntado, defensor de causas que no le requieren, hágase cuenta que este continente ni fue, ni es, ni será, de nadie más que de quien lo habite, que de momento mayoritariamente, le pese a quien le pese, es población mestiza y de una vez por todas quédele claro que sólo descubre el que busca y el que no busca es descubierto, así que por mí siga su camino, buen hombre, ¡qué digo! buen diablo, para mí no hay más que un descubrimiento y un descubridor: América y Cristóbal Colón.


(Tiempo de aguas.- La lluvia pertinaz no nos dejó salir a jugar, lo bueno es que no tendremos que ayudar a la abuelita para regar sus macetas, lo malo que nos quedamos encerrados. Las niñas juegan pinaco, alguien le dice matatena, nosotros improvisamos una rayuela en el zaguán. Nos aburrimos, pero al rato un dulce olor y el inconfundible sonido del molinillo nos atrae a la cocina donde las “conchas” esperan su baño de chocolate.)




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