Wednesday, November 02, 2011

Día de muertos y muertas



“Viene la muerte luciendo
mil llamativos colores,
ven dame un beso pelona
que ando huérfano de amores”.
Corrido mexicano. 

Yo no lo sé de cierto, lo supongo, diría Jaime Sabines, y yo lo parafraseo, que los muertos no tienen sexo, y si me permito un título como el de esta columneja es por no incurrir en alguna impropiedad al utilizar un lenguaje tanatológico políticamente incorrecto, y ya se sabe que en esta época de dictaduras de las minorías hay que andarse con mucho tiempo, porque maman mas los que chillan mas, no los que tienen mas necesidad y no necesariamente los que tienen mas hambre. Pero es claro, o al menos eso creo, o eso pretendo, aunque de quererlo a conseguirlo hay un buen trecho; que quiero hacer alusión no a los muertos muertos sino a los muertos cuando no estaban muertos, refiriéndome a la extensión ideal que hacemos de la persona, prolongando su existencia después de la muerte e imaginándola, tradición y creencia, que transforma su manera de ser para ser en otra dimensión, plano o entidad.
Mauricio Maeterlink el extraordinario escritor de las Vidas de las abejas, las hormigas y las termitas, tiene un estremecedor ensayo sobre la muerte, en el que hace un recuento de creencias y concepciones diversas y se plantea también las posiciones personales ante la realidad, terrible realidad, insoslayable realidad, y como, pese a la esperanza generalizada de que sólo constituya un tránsito hacia otra realidad previsiblemente mejor, nos sobrecoge, nos inquieta, nos confronta. Porque salvo en casos patológicos que lamentablemente cada vez se presentan con mas frecuencia, el instinto vital es el mas fuerte. Escribo instinto y recuerdo a mi maestro Don Luis Recaséns Siches que clavando su mirada límpida de esos ojos de un azul jacaranda con esa voz persuasiva casi susurrante me dice “El hombre” -y la mujer Maestro- le interrumpo groseramente, “No, apenas estamos en 1966, todavía no es un uso socialmente aceptado el lenguaje políticamente correcto que se impondrá en el siglo XXI. Por lo demás, la acepción que uso hace alusión al género humano, y digo el Hombre con mayúscula, no tiene instintos, sino tendencias y la razón, le hace, o le puede hacer, sobreponerse a ese impulso animal” yo, claro, acato la lección del maestro pero algo quiero decirle por no quedarme callado – Maestro, pero ya usted está muerto, y pretende hablarme como si su existencia no hubiera terminado, como si sus ojos azules no hubieran perdido su brillo, como si su hablar cezeante no se hubiera extinguido para siempre, como si sus lecciones continuasen y como…- y me interrumpo porque mi Maestro me interrumpe “¿Qué significa la muerte? ¿Acaso no vivo en ti? ¿Acaso hay diferencia en mi mirada de entonces y en la que ahora crees recordar? ¿Acaso tiene sentido hablar, ante tu insondable ignorancia de la vida y la muerte, hablar de un entonces y un ahora? ¿Acaso por llamarte vivo estas más vivo o menos muerto?” un escalofrío me recorre el cuerpo y se me aloja en el cerebro, Miento, un escalofrío me recorre, no se si originado de afuera hacia adentro o de adentro hacia afuera, me recorre y en algún momento, o en algún lugar de mi, ¿de mi cuerpo? ¿de mi ser? se separa y el frío sube y se aloja en la nuca y me hace estremecer y el calor, un fuego intenso que no calcina, se instala en el pecho donde debiera estar el corazón que ahora no late, un calor que no consume sino aviva.
Escucho voces en la biblioteca, es media noche y no debiera haber nadie mas, el edificio a esta hora está vacío y solo mi teclear, monótono y constante era contrapunto del silencio, pero las voces suben de intensidad y percibo, siento, y es una sensación física y anímica, que no estoy solo, casi en tropel empiezan a salir una tras otra las figuras, que en la penumbra del resto de mi oficina, no alcanzo a distinguir, pero se acercan a la luz. Mi Maestro, (pensé que se había ido) saluda con respeto, casi con reverencia a un hombre de interesante presencia, escaso de pelo, de facciones definidas, de personalidad arrolladora. “Ortega” dice mi Maestro (Ortega y Gasset pienso yo, y recuerdo que ya antes Recaséns había dicho que para sus discípulos solo era Ortega). No repuesto de la impresión, veo que saluda a Zubiri, a María Zambrano, a Julián Marías. –Don Julián – me atrevo a dirigirme a él recordando que le traté un par de veces – ¿Cómo se encuentra?, ¿Cómo es que anda por aquí?, Yo pensaba…creía…que…-  -Había muerto- completa la frase - ¡Un sin sentido! Mi querido amigo ¡Un sin sentido!, recuerdo que dejamos interrumpida nuestra charla sobre el lenguaje como forma de instalación y si usted no lo tenía presente, yo sí, y me reitero a su disposición. Me será muy grato continuar aquel diálogo o abordar algún otro. Por cierto, que Ud. se ha olvidado un tanto de mi, pero yo frecuentemente  visito esta ciudad en la que tengo al querido amigo que Ud. conoce y al que profesa tanta admiración y cariño- Apenado trato de balbucear una disculpa cuando me sorprende la presencia de Don José Rubén Romero, a quien identifico mas por su talante que por su fachada y que se dirige a mí con la familiaridad de los viejos amigos. Naturalmente me turbo y él, risa franca, mirada afable, transpirando bonhomía me dice –No te acuerdas, nos conocimos hace muchos años cuando leíste por primera vez mis “Apuntes de un lugareño”, aunque hablar de años no tiene sentido. Los años son una mera convención lingüística para ubicar un sector de la realidad que es apenas un reflejo pálido de la totalidad de la Creación-, -¿Cómo en la parábola de la Caverna de Platón?- me atrevo a comentar y una voz grave proveniente de una figura fuerte de un hombre calvo y grave con una túnica que parcialmente levanta con un brazo, me increpa – Mortal de cobre, semejante a un ilota, pretendes que por recordar la alegoría mas citada y menos comprendida de mi obra, puedas pasar por discípulo mío, Osarías trasponer el dintel de los jardínes de Academus y atreverte a mirar a los ojos a quienes comparten con el favor de los dioses el Simposium – Cortado, apenado, intruso en mi propio espacio, rodeado de seres maravillosos, empequeñecido, no me atrevo a responder a la catilinaria – No te equivoques – esta vez la voz proviene de un hombre bajito, adusto, severo, sereno, que inspira a la vez respeto y confianza – Platón no sabe de catilinarias, a lo sumo de Filípicas, ¿no recuerdas que para ti y solo para ti las expuse y que con igual enjundia, fervor y fuerza con que lo expresé en el Senado pronuncié para ti “Daelenda est Cartago”- Cicerón me toma del brazo y yo reducido a polvo contemplo vivos, charlando animadamente a los autores que yo creía muertos…
“Memento homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris” … pienso o creo pensar mientras un bigotón afable, sanguíneo y vivaz, con sus inconfundibles quevedos recita sólo para mí y para Ud. amable lector :

“Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora, a su afán ansioso lisonjera;

Mas no de esotra parte en la ribera
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.

Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Médulas, que han gloriosamente ardido,

Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.”





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