N.B. Por complicaciones de logística, o de agenda como
ahora se dice, no pude ofrecer la charla dentro de los festejos del Centenario
de la Estación de Ferrocarriles, algo sucedió que se traspusieron las agendas,
y ya no fue posible programarla. De cualquier forma no iba a decir nada que no
se supiera, como ahora no escribiré nada que no se sepa pero, que, algunas
cosas conviene recordar.
La
Revolución Mexicana fue la primera revolución social del siglo XX, o al menos
eso se nos dice. Lo que es innegable es que la Constitución de 1917 punto
culminante de su segunda etapa consignó por primera vez en el mundo en una
norma fundamental, las llamadas garantías sociales, derechos otorgados,
reconocidos o logrados (por eso no nos vamos a pelear), a grupos en tanto
grupos. La novedad dio origen al llamado derecho social que fue bautizado hasta
1949 por Gustavo Radbruch en su Filosofía del Derecho, pero que sin bautizo
influenció a muchas constituciones europeas y latinomericanas.
Lo
que ahora se cuestiona, es que haya existido un auténtico movimiento
revolucionario sin solución de continuidad desde los primeras huelgas de
Cananea y Río Blanco, hasta la consolidación de los cambios sociales que
algunos sitúan con el Gobierno del presidente Plutarco Elías Calles, que tuvo
que sortear la Revolución Cristera, que bien podría considerarse como una
“contrarrevolución”, otros lo prolongan hasta el régimen de Lázaro Cárdenas,
que le da un tinte socialista y no faltan los que aseguran que en realidad, el
movimiento revolucionario termina con la designación del licenciado Miguel
Alemán Valdés que inaugura la era de los presidentes abogados, acabando con la
hegemonía de los generales.
Al
menos parece claro que podemos visualizar tres etapas con intereses bien
distintos, con peculiaridades diferentes, con programas políticos diversos que
al parecer sólo coincidían en una apariencia democratizadora, conservando el
lema, cada vez mas maltratado y cuestionado de “sufragio efectivo, no
reelección, La primera etapa la Maderista con el “mártir” Francisco I. Madero
que su ingenuidad y buenos deseos se estrellaron con los múltiples intereses
que no alcanzó a vislumbrar, ni con la ayuda de los entes del más allá de las
sesiones espiritistas a las que era adicto. La segunda es la etapa
constitucionalista que tiene como figura destacada a Venustiano Carranza, que
enarbola la bandera de la Constitución, pero no de una nueva constitución, sino
la restauración de la Constitución de 1857, que consideraba traicionada con el
golpe de estado de Victoriano Huerta, general posgraduado de West Point, etapa
que culminará con la Constitución de 1917
que es el primer atisbo de institucionalización de la revuelta. La
tercera se inicia con el asesinato de Carranza, que a su vez había ordenado el
asesinato de Zapata, a aquel se dice que lo mandó matar Obregón, luego vino el
asesinato de Francisco Villa, que no se sabe quien lo mandó matar, pero se
sospecha del presidente, después el asesinato de Obregón próximo a las
elecciones, y esta etapa termina, según se quiera, con el gobierno de Plutarco
Elías Calles, o con el gobierno de Cárdenas y la deportación de aquel (los
métodos se refinaron, para que matarlo si se podía deportarlo), o con el
Gobierno
del Gral. Manuel Ávila Camacho, que harto de generales (con su hermano Maximino
tenía) que decide entregar el poder a los civiles.
Don
Porfirio Díaz gozaba, sin saberlo, de sus últimos días en la presidencia,
cuando concedió una entrevista al periodista norteamericano James Creelman. Don
Porfirio que frisaba los ochenta había sorteado con éxito los casi treinta años
de su mandato, había logrado pacificar al país, lo había montado en el tren del
progreso, se desarrollaba una industria bien soportada, se había extendido la
educación a gran parte de la ciudadanía, el ejército se había reducido a
alrededor de 10,000 efectivos, (pocos si consideramos que la División del Norte
de Pancho Villa llegó a tener 18,000 soldados), su último gran logro (que
algunos olvidan) habría de ser la creación de la Universidad Nacional (su
antecesora había sido clausurada medio siglo antes por Benito Juárez). En
aquella entrevista don Porfirio abrió las puertas a la lucha electoral,
manifestando que vería con buenos ojos que los mexicanos se preparan para el
cambio de gobierno, lo algunos vieron con escepticismo y otros como Madero se
lo creyó. A la mera hora, Don Porfirio dio marcha atrás y anunció que nuevamente
se postularía para otro período de gobierno que seguramente terminaría en el
Panteón. Madero escribió su libro “La sucesión presidencial en 1910”, tuvo que
huir del país, proclamó su Plan de San Luis y anunció el arranque de la
Revolución para el 20 de noviembre. ¡Sólo a un espiritista se le podría ocurrir
anunciar una revolución con fecha y hora!. Sea como fuere, la revolución
estalló, a las primeras escaramuzas en un último acto de dignidad Don Porfirio
renunció. Asumió el poder Madero y cometió el error de conservar las viejas
estructuras, su error le costó la presidencia y lo que es peor, la vida.
Venustiano
Carranza se levanta en armas desconociendo a Huerta y enarbolando la bandera de
la Constitución, muerto Huerta las diversas facciones se disputaban el poder.
La Convención de Aguascalientes fue un intento de aglutinar a los diferentes
grupos revolucionarios, pero la convención eligió un presidente villista
Eulalio Gutiérrez, que Carranza no estaba dispuesto a reconocer. Los triunfos
carrancistas apoyados por EE.UU. y comandados por Álvaro Obregón, dieron la
presidencia a Carranza que, presionado convocó a un congreso para reformar la
Constitución de 1857. Los congresistas se le salieron del huacal y promovieron
una nueva constitución que maltrecha, parchada y violada multitudinariamente
continúa siendo símbolo de unidad nacional (¡Gulp!). La cosa no acabó allí, los
generales inconformes se levantaron en armas y continuó la matazón, hasta
llegar a la presidencia Plutarco Elías Calles “el turco”.
Calles,
dotado de una inteligencia práctica, gran sentido de organización,
administrador nato, y con una sensibilidad política innegable tomó
determinaciones, (él o a través de su testaferro Pascual Ortiz Rubio) que al
menos cuatro de ellas, en mi modesta opinión, constituyeron las bases de la
institucionalización de la Revolución y los cimientos del México moderno: la
creación de un banco central emisor de moneda, el Banco de México; la fundación
del Banco de Crédito Rural para impulsar la decaída agricultura; la autonomía
de la Universidad Nacional, para desligarla del gobierno; y la creación del
Partido Nacional Revolucionario que ahora es el PRI y que durante varias
décadas fue factor de unidad, de movilidad social y de paz política.
Lo
que vino después, es otra historia.
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