Wednesday, December 07, 2011

¡Qué 20 años no es nada! ¡Saaaabe! ¿Y 40?


(Recorridos por el centro histriónico.- A mis amables y desocupados lectores les prevengo que a partir de la próxima entrega y por algunas semanas dedicaré este espacio a comentar algunos aspectos del centro de nuestra ciudad, muy pretencioso llamarle histórico, muy machista llamarle histérico, así que preferí llamarle histriónico. Será como una visita guiada pero “pior”. Están advertidos, pero no lo divulguen por si cae algún incauto.)
Habrán de dispensar que dedique estas líneas para hablar de la vejez, lo hago para incomodar a mis compañeros de generación, que inexplicablemente han envejecido, en tanto que las compañeras, todas sin excepción, lucen guapas, rozagantes y jóvenes, lo que me lleva a concluir o bien que las damas (nuestras compañeras) han celebrado un pacto al estilo Dorian Gray o que definitivamente el tiempo no transcurre igual para los hombres que para las mujeres. Aunque debo reconocer en los varones algunas excepciones, por ejemplo la de Arturo G. que inexplicablemente se conserva guapo, rozagante y joven y la de algunos más deteriorados que prefirieron no asistir a la comida de navidad de ex-preparatorianos de la Generación 1964-1965 del IACT.
Alguien decía que los síntomas inequívocos de la vejez eran dos, el primero que empezaran a borrarse los nombres, situaciones y recuerdos y el segundo ya se me olvidó. Aunque la ventaja, que todos los de la tercera edad para arriba, quizás antes, hemos experimentado, es que la vejez ¡Qué adultez en plenitud ni que ocho cuartos! Junto con las limitaciones que evidentemente trae, trae también la disposición para aceptarlas. No se puede hacer lo mismo ni con la misma disposición de los tiempos mozos. Ladislao “El Chato” Juárez, a quien envío un cariñoso saludo con el deseo de que pronto se alivie, me contestó con su inigualable sentido del humor a la pregunta de ¿Cómo estás Chato? “Pues mal, el trabajo ya no me da placer y el placer me da tanto trabajo”. Por supuesto, como solían decir las películas, no es alusión a nadie, y cualquier semejanza es pura coincidencia, aunque estoy pensando en algunos destinatarios preferentes de la frase.
Y el inefable Pepito, el de los chistes de la era antes de Ninel Conde, preguntaba a su mamá (Perdón por la cita en francés) –Mamá, mamá, ¿pendejo se acentúa?- y la autora de sus días, su amante progenitora, su abnegada madrecita, su ejemplar paradigma, le contestó inmisericorde –Con los años Pepito, con los años-. Quien me la platicó me asegura que es un cuento gracioso, pero a medida que pasan los años menos gracia me hace. Ojalá Ud. amable lector tengo la edad para que le haga gracia, o tenga la gracia para que no le haga mella la edad.
Hace algunos años un amigo querido me decía “Me estoy preparando para ser un buen viejo. No quiero ser un viejo cascarrabias, ideático o terco, que aleje a la gente y en particular a los nietos”. Cuánta razón pensé y sin embargo cuántas veces conductas que criticábamos de nuestros viejos y que nos propusimos no llegar a hacer, terminamos haciendo y cuántas veces terminamos siendo lo que no queríamos ser.
(Libroso, lector y memorioso.- Antonio Javier Aguilera García, tenedor de la biblioteca jurídica más importante, por el número y la calidad, del centro de la República, me demostró una vez más, que no sólo los tiene, sino que además los lee y lo que es peor ¡los recuerda!. Me llamó para hacerme notar dos inexactitudes en mi colaboración anterior: George Gurvitch antes que Gustav Radbruch habló de Derecho Social y además escribió un libro con ese título y Victoriano Huerta no fue alumno regular de West Point. Le agradezco la precisión.)
Ahora que el internet ha sustituido al molino o a las reboticas de antaño, el mundo se nos ha empequeñecido y podemos estar en contacto con multitud de personas a un mismo tiempo, recibir comunicaciones, establecer conversaciones, y conocer más y más gente. Los correos se multiplican e inundan las cuentas electrónicas. Llama la atención la cantidad de comunicaciones con reflexiones, meditaciones o gracejadas y entre ellas ocupan un lugar preponderante las reflexiones sobre la vejez. La mayoría insiste en una mentira piadosa que los viejos parecemos aceptar de buen grado: Que la juventud es un estado de ánimo y que no se es viejo por el mero transcurso del tiempo si conservamos la frescura, la lucidez, la alegría y el entusiasmo por la vida.
Como todo sofisma, este razonamiento parece tener un trasfondo de verdad, si no fuera así, de entrada lo rechazaríamos, pero en esa postura subyace una falsedad: que la juventud es un valor en sí misma y que la vejez es un mal en sí misma. Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre. Aunque el mundo moderno parece actualizar una divisa latina, de Virgilio probablemente, “Recedan vetere” que el Dr. Desiderio Macías Silva traducía grosera pero simpáticamente como “A la chingada los viejos”. La vida actual parece exigir una juventud perenne y el comercio ofrece multitud de cremas, afeites y artilugios para disimular la vejez, como si cumplir años fuera un pecado y ostentarlos una desvergüenza.
Se cuenta una anécdota de la vigorosa y temible reina Victoria de Inglaterra. Un pintor le obsequió un retrato en el que había suprimido las arrugas, suavizado la expresión y disimulado las canas, buscando, obviamente, halagarla. La reina, juiciosa, se lo regresó con una nota en que le decía que “Habiendo librado muchas batallas en la vida no deseaba un retrato que la mostrase como si hubiera salido ilesa”. Particularmente, respeto la decisión de cada quien de parecer lo que quiera parecer y representar el papel que quiera representar, pero siento que haría más bien al mundo que los jóvenes se comportaran como jóvenes y no como viejos apacibles y tranquilos y que los viejos nos comportáramos como viejos, no deseando representar el papel que tuvimos que haber representado cuarenta años atrás. Habría que aprender la lección de una buena infusión de café, que se logra, según los que saben, con una mezcla equilibrada de granos “planchuela” y “caracolillo”. Los primeros provenientes de las plantas jóvenes y vigorosas aportan más aroma, los segundos que vienen de las plantas viejas y concentradas aportan más sabor. La vida es eso, aroma y sabor, todo a su tiempo.
(Suicidios recurrentes.- Narra Aulio Gelio en un capítulo de sus Noches Áticas, como las jóvenes en Mileto sin motivo grave aparente se suicidaban. Repitiéndose alarmantemente los suicidios,  los jueces Milesianos decretaron que las jóvenes que se encontrasen ahorcadas fueran arrastradas desnudas a la sepultura con la cuerda que hubieran usado, y así fue disminuyendo el número de suicidios de mujeres por ahorcamiento.)



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